María Isabel tenía 15 años cuando el médico de pediatría de la Caja le informó que llevaba 14 semanas de embarazo. Ella ni se imaginaba que podía estar encinta.
“Avisar a mis papás que estaba embarazada no fue tan traumático ya que mi mamá estuvo presente en el momento en el que el médico me dio el diagnóstico, tras unos análisis que pidió debido a que tenía molestias estomacales”, cuenta la joven madre que, en la actualidad, tiene 31 años y que este año festejó los 15 de su hija.
La realidad es que, en la actualidad, las relaciones sexuales comienzan a edades cada vez más tempranas, con adolescentes enfrentando situaciones complejas como los embarazos no planificados.
Datos del Ministerio de Salud y Deportes dan cuenta que, en el país, durante la gestión 2021 se registraron 39.747 embarazos en niñas y adolescentes entre 10 y 19 años. El 2022, se tuvieron 35.470 y hasta el 30 de junio de 2023, los embarazos adolescentes sumaron 16.474, de los cuales 1.042 fueron en menores de 15 años.
Para una adolescente de 12 o 13 años, comunicar a sus padres que está embarazada puede parecer abrumador, pero la clave radica en la madurez emocional y la aceptación de las decisiones tomadas.
La primera fase crucial es la autoaceptación. Reconocer que el embarazo es una consecuencia de acciones, buenas o malas, es esencial. La autoaceptación implica mirarse sin juicio y perdonarse, entendiendo que las decisiones pasadas han llevado a la situación actual.
“Difícil decisión. Creo que, primero, tiene que haber una autoaceptación, que significa aceptar lo que me está pasando en la vida y ver que es consecuencia y resultado de mis acciones (…)”, reflexiona Débora Herrera, docente de la carrera de Psicología de la Universidad Franz Tamayo, Unifranz.
Después de la autoaceptación, se debe buscar la guía de una figura de confianza, ya sea un padre, madre, abuelo, tío, hermano mayor, docente o guía espiritual. Contar con alguien que facilite el crecimiento personal y ofrezca orientación es fundamental.
La madurez emocional es otro requisito para asumir la responsabilidad de un hijo. Evaluar si se está preparado mentalmente para cuidar de otra vida y comprender que, especialmente como mujer, se asumirá una carga considerable en términos de lactancia, cuidados, alimentación o estudios, entre otros.
Para tener un hijo, según Herrera, se necesita tener, sobre todo, “una preparación mental de que ya no eres sólo tú, de que eres una persona que estará a cargo de alguien más”.
Lo importante es no estar solos en todo este proceso, porque somos seres interdependientes que nos relacionamos con otras personas que nos va a apoyar y aconsejar.
La académica manifiesta que sería lindo que esa persona sea el papá o la mamá, pero que muchas veces ocurre lo contrario, porque no hay la suficiente confianza en casa y la joven tiene miedo al rechazo o la decepción de sus padres, por las expectativas que han depositado en ella.
“Hay papás que quieren y son muy exigentes y demandantes de parte de sus hijos, quieren que estudien, que tengan una profesión o dos profesiones, que estén trabajando, que tengan un trabajo seguro y después piensen en el matrimonio y en los hijos. Eso es una presión emocional para el adolescente”, señala.
La comunicación abierta con los padres puede ser un desafío cuando no existe una conexión fluida. El miedo al rechazo, la decepción y las expectativas parentales pueden generar aprehensión. Sin embargo, confiar en alguien para obtener consejos es importante.
Eliana Exalto, directora de la carrera de Psicología de Unifranz, asegura que, lo primero que se tiene que hacer, y que no está mal, es comunicar que está embarazada porque “aunque haya sido una cosa del momento, ahora estás embarazada y necesitas confiar en alguien que te pueda dar un consejo, más que dinero”.
Equilibrar responsabilidades
En el caso de las jóvenes que son mayores de edad, pero aún están avanzando en su vida académica, la comunicación del embarazo implica equilibrar las responsabilidades.
Aunque puede haber preocupaciones sobre la interrupción de la carrera, es esencial comprender que la adaptación a un nuevo rol llevará tiempo.
Herrera considera que, a esta edad, las y los jóvenes ya tienen un proceso aprendido de cómo hacer las tareas o el rol de ser hijos o ser hermanos. “Si a mí me preguntaran si una persona a los 20 años está preparada para ser papá o mamá, le diría que sí (…). Muchas personas dicen, ‘mi vida se va a acabar, ya no voy a poder estudiar’. Eso es mentira. El cuerpo y la vida misma se van adaptando. Como todo en la vida, es un proceso de aprendizaje y hay que ir paso a paso”.
Las mujeres jóvenes pueden continuar con sus objetivos académicos y profesionales mientras asumen el papel de madres. La familia, al proporcionar apoyo y corresponsabilidad, facilita la transición hacia esta nueva etapa.
“No quiero ser mamá”
La decisión de no ser madre también es válida. Aceptar que las expectativas sociales no determinan la felicidad y comunicar esta elección a los demás es un paso hacia la autorrealización. Cada decisión lleva consigo sus propias consecuencias. Aprender a amar y asumir las decisiones tomadas es fundamental.
Más allá de las opiniones externas, el empoderamiento proviene de tomar decisiones conscientes y aceptar las responsabilidades que conllevan. La madurez emocional y la comunicación abierta son claves para enfrentar la realidad con valentía y resiliencia.
En una sociedad que a menudo presume la idea de la familia tradicional y la maternidad como parte integral de la vida de una mujer, la decisión consciente de no querer tener hijos es un tema que merece ser abordado con respeto y comprensión.
La decisión de no tener hijos no implica falta de amor o compromiso hacia la familia, sino una elección personal basada en la autorreflexión y la comprensión de las propias metas y deseos de vida. Es importante reconocer que la realización y la felicidad no están intrínsecamente vinculadas a la maternidad.
“Uno tiene que planificar su vida. Nos hemos acostumbrado a vivir la vida con metas, expectativas, sueños individuales (…). El hecho de tener un hijo tendría que convertirse en una decisión. Si la persona no quiere tener hijos, bienvenido, porque todo es parte de su autorrealización (…)”, puntualiza la académica.
La vida está llena de cambios y evoluciones. Es importante que la decisión de no tener hijos sea objeto de revisión y reflexión a medida que evolucionan las circunstancias personales y los objetivos de vida.
Afrontar la decisión de no querer tener hijos implica abrazar la autenticidad, la confianza y la firmeza en la toma de decisiones personales. Al dar voz a las propias elecciones, se construye un camino hacia una vida plena y significativa, independientemente de las expectativas externas.